jueves, 18 de octubre de 2012

Ataques a la Libertad


Artículo publicado en La Gaceta, 18 de octubre de 2012

En los últimos tiempos se ha convertido en normal que quienes pierden las elecciones desencadenen un cuestionamiento radical de las instituciones que no controlan. Es ese acostumbrarse lo que me asusta, porque en tres décadas de democracia no se había tolerado semejante ataque a la libertad. A uno le podían gustar o no sus gobernantes, sus ministros, su presidente autonómico o su alcalde, pero asumía y acataba su legitimidad. Ahora, no. Ahora, si el elegido por el pueblo es del Partido Popular, entonces se justifica cualquier actuación contra la institución que democráticamente represente. Quiero decir aquí que no todas mis afirmaciones son aplicables a la totalidad de la izquierda, puesto que sinceramente creo que puede haber posiciones moderadas y democráticas dentro de ella.

Pero basta asomarse a Internet para que a cualquier demócrata se le pongan los pelos como escarpias al leer lo que se dice en determinados foros de una izquierda realmente convencida de que los cargos públicos del PP carecemos de toda legitimidad para gobernar, por mucho que nos haya votado la gente. Si se hiciera una encuesta entre esa amalgama de antisistemas, okupas, indignados, ultras, comunistas y socialistas radicalizados que ahora nos explican a los demás lo que es la democracia, asustaría leer sus pensamientos reales.

Hay cinco factores que quiero mencionar respecto a este intento de imposición de unos fines colectivos ajenos a la propia voluntad popular, que queda supeditada a una especie de necesidad histórica que acontece justamente cuando los que deciden no son los “correctos”, o sea, los izquierdistas: el uso del lenguaje, el victimismo, la superioridad moral y la idea que estos movimientos tienen de la violencia.
El lenguaje, como en toda la historia del totalitarismo, juega un papel muy importante en movimientos populistas que se han arrogado toda la legitimidad para dirimir lo que es bueno y lo que no. Básicamente, lo bueno es ser de izquierdas y lo malo es ser liberal o conservador. Las urnas ya no les valen, son supuestas asambleas las que marcan la pauta de movilizaciones que encierran un cuestionamiento general del sistema y particular de cualquier Gobierno que no sea de los suyos. Es su idea de la democracia.
Una de las cosas que he observado es la inversión de los términos agresor-agredido para justificar ulteriores agresiones. Me explico: en el lenguaje de los movimientos populistas, una “agresión” es, por ejemplo, una decisión gubernamental, una ley o una medida con las que no estén de acuerdo. Es decir, cuando gobierna la izquierda y aprueba una ley, tú puedes estar o no de acuerdo, te puede gustar o no, la puedes criticar. Si el PP toma una medida que no gusta a esos colectivos, ¡es una agresión! Y claro, como es una agresión, hay que defenderse. ¿Cómo? Como sea necesario, al fin y al cabo hay un Estado agresor. ¿Les suena esta terminología? A mí sí. El victimismo es un elemento muy claro para presentar al adversario, en este caso el Estado de Derecho, como un aparato represor. También me suena.
Lo que más sorprende al debatir con determinados militantes de la izquierda es que, sean radicales o no, consideran que son moralmente superiores al resto. De eso no hay dudas, se verbalice o no. Pero la realidad es otra. Los movimientos populistas que se dedican al cuestionamiento general de las instituciones democráticas no son democráticos. Su inspiración de ultraizquierda no es democrática. Su desprecio a la voluntad popular expresada en las urnas no es democrática. Su recurso permanente a la agitación como sustituta del debate político compromete la convivencia. Su rechazo frontal al Partido Popular es todo menos democrático. Considerar “agresiones” las legítimas decisiones tomadas desde el escrupuloso respeto a la Ley es una mera coartada para justificar un rechazo que en su vertiente radical no tarda en convertirse en violencia. Pero si esta es por una agresión, pues es legítima defensa. Y, además, moralmente superior. ¿Quién da más?

Cuando se juega desde los partidos de izquierda a incendiar la calle, estamos ante un ejercicio muy poco democrático de patear el tablero donde se juega una partida que esa izquierda ha perdido. Es no aceptar el veredicto de las urnas. Es intentar impedir que el Gobierno cumpla la función para la que ha sido elegido. Y eso se llama totalitarismo. De baja intensidad, por ahora, pero totalitarismo. Es el totalitarismo que viene, y aquí queda advertido.

2 comentarios:

  1. Una broma, un chiste malo, una astracanada de hoz y martillo, de pancarta reciclada, en eso se han quedado.

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  2. Sin complejos, posiblemente y sin posiblemente el alcalde con menos complejos de la historia democrática de Alcorcón.

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