En un mundo dominado por lo superficial, la pervivencia de las tradiciones es un antídoto contra la pérdida de valor de todo aquello que es auténtico. La tradición da sentido y unidad a las esferas que conforman nuestro mundo, y que en ocasiones se presenta desmembrado de su tronco común: literatura, historia, religión, costumbrismo, todo cobra sentido y unidad bajo el manto de la tradición.
Tradición viene de "entregar", y hay una especial grandeza en entregar a las siguientes generaciones un tesoro único que explica una parte trascendental de nuestra biografía.
Si pensamos en nuestros antepasados y en cómo podríamos tender un puente entre nuestro mundo fugaz del siglo XXI y el de esos españoles de hace cuatro o cinco siglos, las tradiciones nos brindarán un excelente punto de encuentro. Y aunque ninguno de ellos volverá del pasado a admirar la pervivencia de su mundo y hallar en esas tradiciones un hogar atemporal, sentirse unidos a ellos a través de rituales, celebraciones o costumbres que han permanecido inmutables, es muy reconfortante. Nos sentimos arraigados y comprendemos mejor los valores y visiones del mundo que compartimos.
Esa idea me lleva a pensar que la tradición es la hospitalidad del tiempo, que el amor por nuestros orígenes es un signo de respeto e identificación con quienes nos precedieron y legaron todo lo que hoy nos hace ser lo que somos.
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